Malvinas en primera persona

Malvinas - Juramento a la bandera
La guerra a 40 años. Hablamos con un graduado, un estudiante y un docente de la facultad, que estuvieron en Malvinas. Sus experiencias, sus perspectivas y el impacto en sus vidas.

Compartimos las entrevistas que realizamos a tres veteranos de guerra. Con el testimonio de estas tres personas que forman parte de nuestra comunidad, queremos homenajear a quienes defendieron nuestra soberanía.

A cuarenta años de la guerra de Malvinas, renovamos nuestro compromiso por la recuperación diplomática y pacífica de nuestras islas.


Miguel Margara es ingeniero electricista electrónico. Hace 30 años que trabaja en la facultad, desarrolló su tarea en el laboratorio de alta tensión y en el de investigación aplicada y desarrollo en electrónica.

En febrero del año 1982, luego vencida la prórroga del servicio militar para poder estudiar, viajó a Comodoro Rivadavia para cumplir su tarea. "Fui destacado en Colonia Sarmiento, en el límite entre Chubut y Santa Cruz, en el regimiento de infantería 25." recordó. Mohammed Alí Seineldín era el jefe del destacamento.

Fue asignado a la Compañía de Ingenieros 9. Si bien no había terminado la carrera, el trayecto académico que ya tenía realizado, le permitió formar parte de la compañía responsable de la tarea logística. "Teníamos la responsabilidad de preparar todo para que la infantería pueda actuar ante una situación de conflicto" describió.

"Recibimos una instrucción del orden de los 15 días que incluía manejo de fusil, rutinas de órdenes a cumplir, posición de estrategia. Cuando concluía el entrenamiento, fueron seleccionados seis soldados y nos fueron haciendo entrar de a uno a una carpa. El primero de nosotros entró y quienes quedamos afuera empezamos a escuchar ruidos y gritos. Cuando me tocó entrar, vi que dentro de la carpa había una segunda carpa. Al ingresar, un oficial me traba y me hace caer, un cabo me pone merthiolate en el cuello y me clava una aguja en la garganta".

Allí lo interrogaron sobre la cantidad de fusiles que había en el lugar de entrenamiento y cuántos soldados eran. "Me plicaron picana para saber si era capaz de resistir. Mi pensamiento de la tortura era que la contraparte era un beneficio que seguro incluía estar en un lugar confortable"

En la segunda quincena de marzo del 82 reciben un entrenamiento intenso, "simulamos ingresos a casas, posiciones de combate. Nos levantaban a las 2 de la mañana y nos tomaban el tiempo". Margara señaló que "corría el rumor de que tropas chilenas habían tomado estancias argentinas y que nosotros habíamos sido seleccionados para recuperarlas".

A finales de marzo, el Mayor Minorini le dice "vas a ir a un lugar que te va a cambiar la vida, no te puedo decir más". A los pocos días, reciben la visita del Teniente General Sánchez, los hacen formar en la plaza de armas y les pasan revista. "A la vista del tiempo, creo que venían a ver si estábamos en condiciones para tomar Malvinas." concluyó.

A Margara le gustaba escribir y comenzó a hacerlo antes y durante todo el conflicto. "Cuando los ingleses me toman prisionero me sacan mi diario de guerra".

El primero de abril, suben a unos camiones a 80 soldados y 40 suboficiales con destino a Comodoro Rivadavia. Cuando salieron al pueblo, la gente que vivía allí los aplaudía, "yo creo que no sabían nada de lo que estaba por pasar (tampoco lo sabíamos nosotros) pero nos aplaudían porque nos tenían mucho cariño".

Esa misma noche llegaron a Comodoro Rivadavia, a la Compañía de Comunicaciones 5. "Algunos durmieron en la bolsa, en la caja de los camiones, todos con fusiles, armas y 300 municiones por soldado. A las 2-3 de la mañana nos levantaron y nos llevaron al aeropuerto, todavía no sabíamos nada de nuestro destino. Cuando llegamos, el capitan Medina nos dice muchachos, les voy a comunicar a dónde vamos, vamos a tomar Malvinas".

"Te imaginarás la sorpresa" nos dijo Margara. Subieron a los aviones que "eran de cabotaje" y volaron directamente a la pista de Puerto Argentino en Malvinas. "Fuimos el segundo grupo que llegó a las islas, primero fueron los buzos tácticos y luego nosotros". Al aterrizar se enteraron que había ingleses que aún no habían sido capturados por los buzos tácticos. Primero los llevan al aeropuerto y es allí en el que ven llegar el cajón del primer caído de Malvinas, Pedro Edgardo Giachino. "Ahí me di cuenta que iba a venir fuerte" dijo Margara. A él y su equipo los llevaron en helicópteros al rompehielos Almirante Irizar.

"La noche del 2 de abril me la pasé entera bajo la ducha. Imaginaba que iba a ser una de mis últimas noches cómodas. Dormíamos en una plataforma de hierro con todo el equipamiento". El 3 los llevan a un barco que se llamaba Isla de los Estados, un barco mercante no militar. En ese buque llegaron hasta la Bahía Fox, evacuaron a todos los habitantes que quedaban en la zona y se distribuyeron por el pueblo.

A partir del 6-7 de abril, luego de izar la bandera argentina, empezaron a ser ubicados en los pozos trinchera. "Seguíamos usando la misma ropa desde que salimos de Colonia Sarmiento, no teníamos recambio. A mi me ubicaron en un punto y me dijeron ´usted va a vivir acá´. Me dieron una palita ínfima para cavar el pozo que se me rompió, decí que los ingleses tenían palas fuertes que pudimos aprovechar".

El 26 de abril, los conscriptos juraron la bandera, para convertirse en soldados. "Venían los ingleses y teníamos que convertirnos en soldados para defender la Patria, no podíamos esperar al juramento del 20 de junio. Por primera vez en 149 años, se juraba la bandera argentina en la isla Gran Malvinas."

Los soldados vivieron en los pozos/trincheras que cavaron y si bien algunos oficiales y suboficiales también lo hicieron, en general los rangos más altos vivían en las casas de los ingleses. "Podían bañarse todos los días y aprovechaban las despensas de los pobladores para alimentarse."

Margara tenía el rol de caminante, debía recolectar la información en cada uno de los pozos. Un día de mucho frío, “en el que tuvimos que salir a hacer nuevos pozos”, su Teniente le encarga la tarea de llevarle un mensaje al Mayor. “Cuando entro a la casa, el Mayor me ve muy mal, con toda la ropa sucia y me dice,´Margara lo veo mal´, y yo le respondo cómo quiere que esté de la manera en que vivimos. Me ofrece pastas, pan y vino. Claro que acepté."

La zona en la que estaba ubicada la trinchera a la que había sido designado Margara, fue un objetivo de la fuerza naval inglesa. “Nos bombardearon fuertemente”, con fragatas ubicadas a 15 kilómetros, enviaban ataques “que no podíamos ver, la única señal que teníamos eran las campanas del campo que se movían por las vibraciones de los ataques aéreos. Había helicópteros que llevaban a la fragata las coordenadas de nuestros pozos y cuando desaparecían, a los 15 minutos llegaba el bombardeo. El primer ataque me agarra a 150 metros del pozo, yo había ido a cumplir una tarea (eran las 12 de la noche) y cuando empiezo a volver veo a la gente corriendo. La indicación que teníamos era tirarnos al piso si estábamos a campo descubierto, apenas pude, empecé a correr hacia mi pozo. Estando a 70-80 metros escucho otro estampido y siento pasar una esquirla por al lado mío, allí salgo corriendo y me tiro de cabeza al pozo que tenía 180 cm, podría haberme desnucado del golpe."

"Ahí nos dimos cuenta de lo que iban a ser los ataques”. Los bombardeos duraban entre 4-5 horas y desde los pozos podían sentir las equirlas rebotar en las troneras. Esa era la estrategia de la armada inglesa para mantener a los soldados en las trincheras y avanzar con los lanchones de desembarco. “Sólo podíamos comunicarnos a los gritos entre nuestros compañeros para ver si veíamos algo".

El 20-21 de junio los toman prisioneros. "Sentí tranquilidad, porque se alejaba la posibilidad de la muerte. Los mejores días los pasé como prisionero".

Liberados en Puerto Madryn, el Ejército Argentino los lleva a Comodoro Rivadavia. "Nos bañan y nos dan ropa nueva. Cuando empezamos a recorrer el destacamento, nos encontramos con salas llenas de todo el chocolate que no llegó a Malvinas. Imaginate, yo llegué y me intoxiqué de todo lo que comí. Además, nos dieron a comer carne con suero para hincharnos, para que no se notara nuestro estado físico. Imaginate que nos hicieron desfilar con armas nuevas, cuando las que llevamos a Malvinas no todas estaban en condiciones" En julio le dan una licencia para volver a Córdoba y le advierten que no podía contar nada de lo vivido en Malvinas. "Finalmente volvemos un tiempo más y el 18 de agosto nos dan la baja, volvimos a ser civiles".

"La guerra estaba perdida antes de iniciarla. Cuando estábamos ahí nos preguntamos qué estábamos haciendo en ese lugar, con el ejército teniendo 60 mil cuadros profesionales decidieron mandarnos a jóvenes sin instrucción”. Reflexiona Margara y cierra “fue una guerra absurda, pero no hay que olvidar que, equivocados o no, fuimos a defender la soberanía de nuestras islas, entregando lo más preciado que tenemos las personas, nuestras vidas".

Daniel Alberto Salvanera es estudiante de ingeniería civil, retomó sus estudios en 2010. “Muchos no estaríamos acá si no hubiéramos recibido atención psicológica y psiquiátrica.”

Salvanera había intentado sin éxito ingresar a estudiar y en febrero de 1981 lo convocaron a realizar el servicio militar. “Yo soy Salesiano y el ciclo superior lo hice en el Instituto Técnico Renault”, el 1 de febrero de 1981 estaba haciendo el servicio militar y luego de su instrucción fue asignado al portaaviones ARA 25 de Mayo, en la base naval de Puerto Belgrano. “Fue el Cabo Principal Knech quien me ayudó para que yo pudiera estudiar, me dieron tiempo para prepararme y rendir el ingreso”. En junio de 1981, Salvanera ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, con el mejor promedio en la carrera de ingeniería electricista electrónica y luego siguió cumpliendo su servicio militar.

Sin embargo, nos contó que se “aburría mucho en la colimba, no había mucho para hacer, hasta que un día nos preguntaron quién sabía escribir a máquina. Mis conocimientos técnicos me permitieron convertirme en dactilógrafo y juntarme con cierta jerarquía”. Los días más difíciles eran los fines de semana, lejos de su familia, eran días muy tranquilos. “Un fin de semana llegué al taller de mantenimiento del portaaviones, un taller industrial de alto nivel. Imaginate, yo como técnico electricista electrónico, no podía creer lo que veía. Armé completamente una fresadora inglesa que estaba toda desarmada y que yo había visto en el Renault.” Durante esas semanas trabajó en el taller y se dedicó a su tarea administrativa, su relación con la jerarquía le permitió acceder a la posibilidad de continuar formándose, en áreas que no estaban asignadas para los conscriptos. Así es como a finales del 81 le proponen hacer un curso de artillero y torpedero.

“Así empecé a ver que era un tanto extraño cómo se estaban salteando pasos en la formación y empezaron a aparecer órdenes de cómo preparar el barco”. Llegado diciembre de ese año les dieron órdenes de empezar a preparar misiles exocet. “Una máquina increíble pero terrible para lo que se la usa, un adiestramiento que no nos correspondía como conscriptos, pero con el que finalmente todo el manejo de las municiones pasaba por nosotros. Había algo raro”.

Llegado diciembre del 81, el Mayor Gómez le indica que se tome una licencia para navidad. “Cordobés, andá a tu casa me dijo Gómez, andá a pasar la navidad con tu familia, disfrutá bien” recuerda Salvanera, “para fines de diciembre me volví al portaaviones”.

“Durante la estadía con mi familia, ví cosas en los medios y empecé a atar cabos con los que estábamos haciendo, de todas las tareas que nos estaban asignando”. Así es que cuando volvió, fue directamente a hablar con el Mayor Gómez: “Lo encaré y le pregunté abiertamente y me negó que estuviera pasando algo”.

Salvanera terminaba su servicio en febrero del 82, pero luego de las bajas correspondientes, el seguía afectado al servicio. “Yo estaba seguro que en febrero me iba a mi casa”. Llega marzo y entre el 17 y el 20 los mandan a retirar ropa de fajina verde y casco.

“Yo ya sospechaba cosas, pero no nos decían nada. Un día me llama el Mayor Gómez y me dice ¿sabés que vamos a Malvinas? ¿Vos sabés que sos un elegido no? me dijo, ¿por qué? le pregunté. Porque vos ya cumpliste, y si querés te podés bajar. A donde vamos a ir vos tenés que decidir si ir o no. ¿Vamos a ir a la guerra suboficial? ¡Si! me respondió, y te podés bajar si querés. Yo, decidido, respondí que no me bajaba. No podía abandonar a mis compañeros.”

Sin embargo, Salvanera recuerda el miedo que sintió, “era la guerra” señaló. Por otra parte, aún, el resto de sus compañeros no conocían su destino. En ese diálogo, su jefe le señala que no podía hablarlo con nadie. “Estábamos en la cubierta de vuelo, mirando la dársena” recuerda. “Porque además, vos, cordobés, tenes acceso a cosas de las que no podés hablar” le subrayó Gómez.

Zarparon el 28 de marzo a las 11.30 de la mañana, sin saber a donde iban. Una vez entrados en el mar, “nos hacen reunirnos en cada división y nos dicen que la historia se iba a acordar de nosotros porque habíamos sido elegidos en una de las misiones más importantes de la Argentina, recuperar las Malvinas”. Emocionado, Salvanera señala que “nunca te imaginás ir a la guerra o tener que tirar un tiro, meterte con otro. Desde ese día nunca escuché tanto silencio en el buque, dos meses y medio de tremendo silencio, cada uno haciendo su tarea. Nosotros estábamos haciendo el servicio militar, nadie se había enterado previamente, no les dieron la oportunidad de bajarse”.

El 31 de marzo ya estaban en la zona, “el desembarco no estaba pensado para el 2 de abril, se había planificado para el día anterior, pero los vientos no nos dejaron”. A Salvanera lo asignaron como artillero de un helicóptero, el 2 de abril a las 4 de la mañana, voló con la orden de dar de baja cualquier sistema de comunicación cerca del faro de zona norte. A la vuelta de esa operación, quedó asignado para la guerra antisubmarina, en la parte de torpedos.

“Cuando nos enteramos de que había terminado el conflicto, me sentí raro. Fuí a defender la bandera. Pero también sentí un poco de alivio”.

Volver a la Argentina fue un proceso difícil para Salvanera. “La experiencia fue tan fuerte, zafarrancho, stress, armar aviones, interceptar, se clavaban los ascensores a mitad de camino, meterse en los intersticios para destrabar, cargar las bombas, espoletearlas”. Tenían prohibido hablar de lo que habían vivido.

Cuando bajaron del portaaviones, les devolvieron sus DNI, lo que significaba que volvían a ser civiles. Pero cuando llegaron al cuartel para terminar el proceso, les volvieron a retirar los documentos y los retuvieron un mes más. “Nos tuvieron allí sin hacer nada, no podíamos hablar, no teníamos tareas, nos despreciaron los mismos militares. Incluso un tiempo después, cuando fuimos a reclamar reconocimiento al Tercer Cuerpo del Ejército, nos reprimieron”

“Mi mujer no supo mucho de lo que yo viví hasta el 2000, no sabía nada. Y cómo iba a saber, si a mi me cortaron la lengua, cómo íbamos a hablar, estábamos en dictadura, sabíamos del riesgo que implicaba. Incluso en democracia nos despreciaron”

Raúl Errecalde. Ingeniero Civil. Especialista en instalaciones. Administrador agropecuario. “En el 81 terminé el secundario, los primeros días de enero del 82 estaba de fiesta con mis compañeros” recuerda. Al poco tiempo, su destino fue el Regimiento de Infantería 25.

“Yo quedé como chofer, conductor de una ambulancia. Cuando hacíamos las prácticas de tiro yo tenía que estar con la ambulancia.” recuerda su tarea. Como integrante del parque automotor, les designaron fecha de partida el 27 de marzo del 82, “el día anterior fui a la enfermería y cargué hasta el tope de medicamentos la ambulancia”. Suponían que iban a un ejercicio militar en la zona. “Preguntábamos a nuestros suboficiales y ellos no sabían nada”.

Llegados a Caleta Olivia, embarcaron en un buque de Empresas Línea Marítima Argentina, el Isla de los Estados. Fueron 50 millas náuticas adentro en el mar que “nos formaron y nos hicieron una arenga, íbamos a ser partícipes de un momento histórico. Íbamos a una toma pacífica de Malvinas. Sólo quedaban 30-40 Marines, no iba a haber oposición. Al final lo cierto es que esa toma fue simple”, recuerda con entusiasmo la escena. “Estábamos chochos, íbamos a participar de algo histórico, y además salíamos del aburrimiento del servicio militar. La verdad es que no teníamos miedo, era una experiencia, teníamos 18 años, y estábamos yendo a conocer las Malvinas dentro del período en que se suponía que era obligatorio hacer el servicio militar.”

Desembarcaron el 2 de abril por la tarde. “Por la mañana había sido la toma, con algunas escaramuzas y tiros, recuerdo la caída de Giachino en la casa del gobernador. Pero como era esperable, se rindieron”. Continuaron desembarcando hasta la noche, bajando con grúas los vehículos hacia una zona cercana al puerto. “Dormimos arriba de los vehículos” recuerda Errecalde.

El 3 de abril llegaron vuelos con periodistas desde Buenos Aires, como él manejaba uno de los pocos autos disponibles, tuvo la tarea de trasladar los contingentes. “Los buscaba del aeropuerto y los llevaba al pueblo a que hicieran sus fotos y notas. Casi no quedaban pobladores, se comentaba que se habían autoevacuado a Uruguay. Nos hacían notas a nosotros e incluso, acompañando a uno de esos grupos, abrí una cajita de cigarrillos y escribí una carta para mi familia. Estábamos cerca de una iglesia mientras redactaba esas líneas, así es como quedé encuadrado en algunas fotos de prensa. Le di mi carta a un periodista, pero nunca fue entregada.”

Los primeros días en las islas que recuerda Errecalde, son escenas de cierta tranquilidad, la compañía de servicios a la que pertenecía se dedicaba a tareas operativas. “Descarga y traslado de municiones” fueron las que nombró, “lo hacía con la ambulancia”.

“Las guardias nocturnas eran difíciles, se hacían fuera del pueblo”. Corría el rumor de que algunos Marines en vez de rendirse, se habían puesto ropa de civil y se habían quedado como pobladores. “Se decía que hacían incursiones nocturnas y que había habido algunos degüellos. Teníamos la orden de hacer guardia con el fusil cargado, sin seguro y el gatillo en el dedo, la orden era disparar. Se produjeron muchos tiroteos, íbamos a ver una casa en la que se había visto un movimiento, escuchábamos un ruido en una puerta y se le vaciaba un cargador por un gato que se había cruzado”.

El 27 de abril, las fuerzas inglesas hicieron un intento. “Hubo un simulacro de desembarco por la zona norte, entre el pueblo y el aeropuerto, que pudo ser repelido”. Ya el primero de mayo comenzaron los bombardeos, “estábamos en Puerto Argentino, en el pueblo, y nos levantamos escuchando un bombardeo, salimos para el aeropuerto a buscar heridos. Al llegar, nos avisan que había bombas antipersonales, teníamos que tener mucho cuidado. Llevamos algunos heridos, no de gravedad, y volvimos.”

Nosotros “estábamos decididos completamente a combatir, hacíamos guardias y juntábamos balas, porque teníamos miedo que no nos alcancen las municiones, incluso cuando estábamos en el puesto de socorro.” Mientras rememora las escenas de la guerra subraya, “nos llevaron a una situación extrema, en la que lo único que cuenta es sobrevivir a costa de cualquier cosa, mantenerte con vida, a costa de la vida de otro”.

El 14 de junio fue la rendición, los ingleses tomaron el pueblo, la casa de gobierno y algunos puntos estratégicos. Dos días después, los soldados argentinos fueron “subidos a unos colectivos y llegamos de madrugada a unos regimientos en Rawson o Trelew. Comimos de todo y al otro día nos llevaron a Sarmiento, Chubut. Estuvimos 20 días más, no teníamos actividad, yo digo que estábamos en engorde”. Cuando empezaron a poder comunicarse telefónicamente con las familias, tuvieron una tarea compleja: “a veces recibíamos un llamado para alguien a quien teníamos que salir a buscar y comprobar que no había regresado”.