Hace tiempo, se escuchaba una bella canción sobre un oficial, hijo de terratenientes, que con a fin de hacer llegar un mensaje al Estado Mayor, era víctima de una herida que le arrancaba la vida. En esa canción, se reivindicaba la valentía de ese gran soldado.
Creo pertinente dar inicio a este escrito para hablar del Gral. Dn. José de San Martín, porque abandonó las comodidades del continente Europeo para aportar las herramientas y conocimientos que permitieron interpretar los anhelos de libertad y justicia en este continente. Por otra parte, nos recordaba que para ser coherente con nuestros pensamientos, también se debe actuar.
Mientras que en Bs. As. se dudaba sobre la declaración de independencia, José Francisco de San Martín insistía que “Necesitamos pensar en grande: si no lo hacemos, nosotros tendremos la culpa”, recordando que “… los enemigos victoriosos por todos lados nos oprimen”.
Esta es una de las razones por las que su ejemplo perdurará. Mientras en otros sectores del entonces Virreinato del Río de la Plata - lejos de los campos de batalla - ya empezaban a distinguir las luchas facciosas que imposibilitarían la unidad territorial. San Martín, alejado de las esferas de poder, estaba dispuesto a arriesgar su vida para luchar por la libertad, no sólo de la actual Argentina, sino de toda Latinoamérica.
No pensó en naciones, sino en ideas. No busco favores, sino construir una sociedad distinta.
Bajo estas banderas, es entendible su decisión de exiliarse en Europa. Poco importaba la libertad, si ahora lo que predominaba eran las guerras civiles, impulsadas por Caudillos locales.
Así, en silencio, “el sueño Sanmartiniano” se fue diluyendo. El “Padre de la Patria”, “El Gran Capitán” no quiso morir en la tierra por la que había luchado y a la que tanto entregó.
Es importante señalar que durante la conformación de los Estados Modernos, se recurrió a retratar a los próceres de las guerras independentistas como personas arropadas de un manto de divinidad, personas correctas, de bien, intachables...
Esta postura es si no injusta, al menos alejada de la realidad. Todos y cada una/o de nuestros próceres han sido personas que tenían como limitación su época. Cometían errores, fracasos y tenían defectos. José Francisco de San Martín no escapó a esta premisa. De hecho, se lo había investido de tanta perfección rodeado de relatos épicos que cuando alguien se animó a cuestionar cómo cruzó los Andes se generó un debate carente de nivel, argumentativamente hablando.
En esta mención, pretendo que se eviten nuevos aportes débiles a los debates que le rodean.
No se trata de cómo dirigió las campañas de la independencia. Se trata de recordar que las dirigió. No se trata de endiablar o endiosar a una figura pública si no de tener una empatía con San Martín y recordarlo en su contexto y en su falible humanidad. Es entender las acciones, lo que hizo (sin necesidad de estar de acuerdo) dado que se encontraba imbuido de los conocimientos y de las demandas de su sociedad.
Así, resulta significativo cómo priorizó la libertad de una región y cómo contribuyó a la ampliación de derechos de la población contra los privilegios que él mismo tenía.
Quizás eso resulte innovador en su persona y quizás por eso sea tan atrayente su figura. La frase que es fiel reflejo de su lectura social: La felicidad como una acción colectiva. La felicidad como derecho y no como privilegio.
Por esa misma razón, propuso instaurar un gobierno que tenía como referencia al Imperio Incaico.
Apodado peyorativamente “el indio”, por quienes le criticaban desde la comodidad del poder central, reconoció la valerosa tenacidad de las etnias que integraban la sociedad del momento, huarpes, araucanos, mapuches, tehuelches, negros (1), mulatos (2), etc., y que integraban algunas unidades de su ejército enmancipador.
La revolución que impulsó, buscaba los mismos colores de igualdad y solidaridad de la Francia de 1789. La misma unidad que había logrado alzarse contra gobiernos altaneros y que poco miraban al “bajo pueblo”(3).
Con el tiempo, esa unidad se perdió, ese calor revolucionario se fue tiñendo de intereses que sólo generaron nuevos explotados/as. Y, lamentablemente, por paradójico que fuera, la desigualdad se reprodujo y las cadenas se perpetraron con nuevas formas de dominación.
Pero los tiempos cambian y las cadenas se oxidan. Entre medio, las personas buscan florecer los discursos y las hazañas de los invisibles para que pueda volver a soñar esa independencia risueña. Después de todo, como dice una voz popular “hay debajo de nosotros un mundo mejor que el que padecemos” entendiendo que debajo de nuestros pies yacen los futuros de muchas personas, y que de la memoria de esos sueños existe la llave de nuevos horizontes distintos.
Por Marcelo Sotelino, profesor de historia y nodocente FCEFyN.
(1).Caracterización social de la época.
(2).Caracterización social de la época.
(3).Expresión tomada del libro “¡Viva el Bajo Pueblo!” de Gabriel DiMeglio para nombrar a quienes luchaban por las revoluciones de independencia sin tener beneficios económicos y políticos.