En Argentina, hablar de Derechos Humanos resulta algo atrapante, doloroso, desgarrador, pero también cargado de vida y esperanza. Pero antes de analizar este trayecto, es importante dejar en claro por qué recordamos el 10 de Diciembre como el día. Esta fecha, en nuestro país, reúne una doble relevancia. Por un lado, en 1948, con los horrores de la Segunda Guerra Mundial aún presentes, la Asamblea General de las Naciones Unidas confeccionó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Dicho documento sentaría uno de los pilares mundiales en la protección de los derechos más básicos de las personas:
La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana
Por otro lado, nuestro país celebraba la asunción de Raúl Alfonsín, primer presidente elegido por mandato popular, luego de 7 años dónde el horror se apoderó del territorio Argentino. Con su presidencia, se buscó consolidar las bases de la democracia, celebrando los primeros juicios contra los “Arquitectos del terror”, poniendo de ejemplo a nuestro país dentro de la lucha por los DD.HH. Sería muy extenso desarrollar una historización sobre el recorrido de los derechos humanos en nuestro país. Pero si es importante subrayar que recién en 2007, a través de la Ley Nº 26323, este día es declarado como el Día de la Restauración de la Democracia. Esta declaración cristaliza la promoción de valores democráticos que contribuyan a la construcción de ciudadanías respetuosas de las libertades individuales, la igualdad y dignidad por parte parte del Estado.
Ahora bien, tanto en Argentina, como en el mundo, no podemos hablar de total cumplimiento de los postulados planteados por la Declaración. La guerra -siempre inhumana-, las desigualdades económicas, los fenómenos chauvinistas y racistas, los ataques sistemáticos que sufren los miembros del LGTBQ+, la misoginia que prolifera en ciertos países dejan en claro que todavía falta mucho para poder plantear que los derechos humanos son Universales. Si nos atenemos a las estadísticas, hoy por hoy, gozar con esos derechos, resulta un privilegio. De ahí que sea significativa esta fecha. Si, cómo dijo un filósofo, “la felicidad es compartida”, está en nuestro deber contribuir para que ese privilegio que tenemos algunas personas, pasen a ser garantías de respeto a la humanidad. Si deseamos ser justos, está en nuestro deber apoyar y construir sentimientos de empatía sobre aquellas personas que se encuentran invisibilizadas. Esa empatía, muchas veces deviene en un fuego incontenible que permite conquistar esos fuertes anhelos de justicia que permitan construir un mundo en el que quepamos todos y todas.