Todo proceso revolucionario requiere ciertos símbolos que permitan generar unidad entre las personas que se sienten anheladas por fuertes deseos emancipatorios. En 1812, el Primer Triunvirato sugirió la composición de una melodía para ser interpretada (y deleitada) por la población.
Así es cómo se encargó, por un lado, a Vicente López y Planes la letra del himno y, por otro lado, a Blas Parera, la composición de una nueva música. Los autores, al año siguiente, presentaron su obra. Esta pieza artística, supo condensar en sus acordes las ideas y valores populares del momento. No sólo transmitía este sentimiento de unidad, sino también contribuía a crear lazos de solidaridad entre la población que facilitará la consolidación de un espíritu patriótico que rompiese las cadenas políticas y económicas con la Corona Española. La fuerza popular que se transmitía en cada uno de sus acordes fueron entonados Mariquita Sanchez de Thompson.
Si bien la obra inicial fue modificada, por su extensión y cambios en algunos versos, la obra fue contundente en cada una de sus variaciones. Esa marcha nacional, con la conformación y unión nacional de las provincias, fue confirmada en La fuerza popular que se transmitía en cada uno de sus acordes fueron entonados Mariquita Sanchez de Thompson.
Pese a sus cambios, la obra final fue contundente. Tal es así que en 1900 se sancionó un decreto para que en las festividades oficiales o públicas, así como en los colegios o escuelas del Estado, sólo se cante la primera y la última cuarteta y el coro de la canción sancionada por la Asamblea General del 11 de mayo de 1813. Más aún, su importancia se ratificó en 1944, cuando por medio de otro decreto-ley, se nombró al Himno nacional como una de las insignias patrias que nos acompaña en cada ceremonia institucional y actos solemnes.