Usualmente, cuando pensamos en los peces de Córdoba, pensamos en las truchas de las sierras o en las grandes carpas de los embalses, pero, en rigor, ni unas ni otras son originariamente cordobesas; las truchas provienen de Norteamérica, y las carpas, de Asia. También, quizás, pensemos en los pejerreyes que habitan las lagunas de la llanura; sin embargo, estos tampoco pertenecen desde siempre a la provincia, ya que fueron trasplantados del río de La Plata. Habrá quienes evoquen las feroces tarariras de las costas poco profundas o los bagres merodeando las líneas de fondo, pero, a decir verdad, ni aquéllas ni éstos gozan de mucha fama entre las personas ajenas a la pesca.
Hay otros peces, que tal vez sin ser conscientes de ello, todos conocemos. En algún día de ocio que hayamos pasado cerca de un río o laguna, al acercarnos a la orilla, hemos notado seguramente cómo unos pequeños pececitos huían despavoridos de nuestra amenazante sombra. No son mojarras, que se pescan con pequeños anzuelos y cañas hechas con el tallo de la planta homónima y alguna pequeña boya fluorescente. Los peces asustadizos son las madrecitas u orilleros (Cnesterodon decemmaculatus y Jenynsia lineata), presentes en todo el centro de Argentina, Uruguay y sur de Brasil. Tal como ustedes probablemente hayan visto, habitan en las orillas, en profundidades no mayores al medio metro, alimentándose de pequeños invertebrados, algas y restos orgánicos.
Pero ¿por qué merecen nuestra atención estos peces sin mucha gracia, de tamaño insignificante para un trofeo de pesca o, más aún, para un tenedor? Curiosamente, estos peces tienen características que los diferencian del resto. Las hembras, por ejemplo, son tres veces más grandes que los machos, y estos tienen una aleta modificada en forma de tubo con la que copulan. Semanas después de la fecundación, paren crías vivas a diferencia de la gran mayoría de peces que ponen huevos. Por otra parte, tienen gran influencia en el ambiente. Su presencia o ausencia en una laguna puede determinar que las aguas sean verdes o transparentes por su efecto en el ecosistema. Tienen, además, una gran capacidad para consumir larvas de mosquitos, razón por la que se los considera biocontroladores. También son sumamente resistentes a la contaminación, lo que los hace aptos para ser estudiados como indicadores de cambios en el ambiente. Y, por si todo esto fuese poco, son tan adaptables al cautiverio que se puede mantener una población estable en condiciones de laboratorio. Todas estas razones los ubicaron entre los peces más utilizados para la investigación científica en los últimos diez años, tanto en la Universidad Nacional de Córdoba como en otras instituciones de toda la Argentina.
La próxima vez que nos acerquemos a un río o laguna y veamos pequeños peces huyendo de nuestra presencia tendremos mucho que contar sobre estos notables animales.