La flor de ceibo es una especie característica de la formación denominada Bosques en Galería. Se encuentra en los cursos de agua, pantanos, esteros y lugares húmedos. Por la vistosidad de sus flores se encuentran cultivadas en paseos, parques y plazas. Fue declarada “flor nacional” en Uruguay y en la Argentina.
Su nombre genérico Erythrina es de origen griego, de la voz “erythros”, que significa rojo, atribuida por el color de sus flores. El nombre específico crista-galli, también por la semejanza del color de las flores a la cresta del gallo. Su altura oscila entre 6 a 10 centímetros, con diámetro de 0.50 cm. Fuste tortuoso y poco desarrollado, corteza de color pardo grisáceo, muy gruesa y muy rugosa con profundos surcos.
La elección fue resultado de una encuesta realizada por un diario, de la que participaron unas 20 mil personas. Previamente había sido seleccionada la magnolia pero fue descartada por tratarse de una especie exótica, no autóctona de la Argentina.
El ceibo es un árbol originario de América: se lo encuentra en la Argentina, en Uruguay (donde también es flor nacional), en el Brasil y en Paraguay; siempre cerca de cursos de agua como el Paraná y el Río de la Plata. Perteneciente a la familia del poroto, es de tronco bajo y copa amplia y da una flor rojiza científicamente denominada Erythrina crista-galli (“roja cresta de gallo”).
Es un árbol bajo, que tiene un follaje caduco de intenso color verde y sus flores son grandes y de color rojo carmín. Las mismas se suelen utilizar para teñir tela, mientras que su madera que es blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar algunos artículos de peso reducido.
¿Cuál es la leyenda de la flor del ceibo?
Según cuenta la leyenda, e informa el Ministerio de Cultura de la Nación, la flor del ceibo habría nacido cuando una niña llamada Anahí fue condenada a morir, tras participar en un cruento combate entre su tribu guaraní y el ejército invasor. Hasta ese entonces, la niña cantaba feliz en la selva con su dulce voz.
Sin embargo, un día resonó el ruido de las armas, y aunque Anahí luchó, fue apresada y condenada a la hoguera. Los soldados la ataron a un tronco, amontonaron a sus pies pajas y ramas secas, y al rato una roja llamarada la rodeó de fuego. Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó a cantar.
"Era como una invocación a su selva, a su tierra, a la que le entregaba su corazón antes de morir. Su voz estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamado: consumido el fuego, los soldados se sorprendieron al ver que el cuerpo de Anahí se había transformado en un manojo de flores rojas", expresan desde la cartera nacional.