Custodio del cuerpo-Cecilia Cámara

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CUSTODIO DEL TIEMPO

Autora: Cecilia Cámara


Si mi memoria no me falla, diría que debería ser otoño. En verdad, a veces pierdo la noción del tiempo. Eso me sucede bastante seguido, a decir verdad. Pero hay una cierta regularidad que la voy desentrañando a partir de mi entorno.

Un par de meses atrás, por aquí no andaba nadie. Algunas mañanas me sorprendían los pasos cansinos de alguna persona. Quizá regar estas plantas que me rodean, y que alabado sea Dios, crecen cada año un poco más. La soledad puede ser terrible, por más que uno esté acostumbrado, pero es independiente de la cantidad de gente que nos rodea. Con el tiempo, he ido aprendiendo ese concepto.

Lo cierto es que, de pronto, todo se vio inundado, invadido, cubierto de jóvenes, muy jóvenes algunos. Alborotados, gritones y alegres. Desde aquí podía ver la fila que salía del bar y entonces, casi, casi… sentía que estaban conmigo. Me llegaba como una sensación de vida, de eterna juventud, de proyectos, de esperanza.

Algunas voces me llegaban desde las aulas cercanas, cuando el patio permanecía más silencioso. Creo que ya algo de física he aprendido, producto de esos sonidos que se escapan sigilosos desde este pasillo que está a mis espaldas.

Se agregaron entonces otros jóvenes y adultos, voces cantarinas y profundas, pasos apurados y carcajadas. También el humo de muchos cigarrillos… a veces, si pudiera, hasta tosería.

El gentío estaba nuevamente devolviéndome a la vida. Me entretengo observando las caras cuando no me miran, aunque, a decir verdad, casi nunca me miran. Con los años he escuchado los apelativos más absurdos, insultantes algunos, ignorables la mayoría. “El indio” dijeron algunos; “el coya”, otros; el “chavo”, algún chistoso. Estoy casi seguro que algunas personas que han estado años por acá, no saben que existo. La verdad, tampoco puedo culparlos, al fin y al cabo, yo tampoco sé de ellos. Los miro, a veces se me escapan algunas sonrisas, y otras veces, algunas lágrimas. Escucho conversaciones de angustia, por exámenes desaprobados y gritos de felicidad por quienes resultan exitosos. De las escaleras cercanas he visto llegar a mis pies muchos doctores y estudiosos que quieren cambiar el mundo.

Lo cierto, creo que me fui por las ramas, es que luego de que todas esas voces colmaran el espacio y mi alma sin tiempo recuperara algunos colores y esperanzas, no sé qué sucedió, pero por algún motivo que ignoro todos se alejaron. Ni las plantas regaban los humanos, ni pasos escuchaba. Solo las palomas, algún benteveo, o algún hornero me saludaban desde el techo de luz.

Ahora, muy de a poquito he visto algunos cambios. No pretendo entender los motivos, pero tengo a mis ancestros con sus rogativas plagadas de pedidos. Que vuelvan a llenar las aulas esos espíritus aventureros y audaces, quiero escuchar de nuevo sus risas y llantos, divertirme con sus fiestas, compartir las asincronías del tiempo.