Dos regalos-Mauro Maza

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Dos regalos

Autor: Mauro Maza


Aún era temprano a la mañana y el sol brillaba espléndido, con leves matices anaranjados, sobre el horizonte. El aire fresco y cargado de vigor anunciaba la primavera y hacía sentir que la vida se desarrollaba con una gracia especial.

‒Has completado la primera etapa de tu entrenamiento ‒dijo el Sabio.

‒Ahora soy libre ‒dijo el aprendiz. El Maestro frunció el ceño. Se dio la vuelta y empezó a caminar. Óg lo siguió instintivamente, con una sonrisa leve y muy erguido; las felicitaciones de su maestro no se harían esperar, estaba seguro.

Llegaron al jardín frontal del edificio principal. Por un momento se angustió. Era la segunda vez que pasaba por ahí. La primera había sido cinco años antes, cuando llegó a internarse para empezar su formación. Sabía que pasaría una vez más bajo aquel pórtico enorme, para dejar el monasterio al concluir su entrenamiento. Pero no podía ser ya. ¡Aún no había juntado sus pocas pertenencias, ni había saludado a sus compañeros!

En el jardín había una estatua. Siempre le había causado extrañeza esa imagen, una persona medio enterrada, deshaciéndose, a fuerza de martillo y cincel, de las ataduras de piedra que coartaban su libertad. Y lo más raro, la estatua estaba ubicada mirando hacia el edificio, y no hacia la entrada.

El Maestro se detuvo frente a la escultura. El aroma de los cítricos florecidos que adornaban aquel jardín era embriagante y el sol se afanaba en templar la tierra. El reconocimiento era inminente.

‒Recuerda ‒comenzó el Maestro mirándolo a los ojos ‒mil veces para aprender, y diez mil veces para pulir lo que has aprendido.

‒Sí, Maestro ‒respondió Óg con solemnidad.

‒No son palabras vacías. De igual modo, no puede tu alma estar vacía.

Con gran serenidad, y poniendo el corazón en sus palabras, el Maestro dio la última lección antes de que el alumno partiera.

‒Mira la estatua. Está de cara al templo. Eso no es casualidad. Ella enfrenta a los que se van y les habla. Has ganado aquí, en este refugio de muchos saberes, tus herramientas. Como dices, tienes ahora el martillo, tu ansiada libertad. Pero te llevas también el cincel, la responsabilidad. Con ella conducirás la fuerza de tu albedrío para hacer el verdadero bien. Son éstos los dos grandes regalos que te damos. Procura tener siempre bien afilado tu cincel, haz de ti una gran persona y de este mundo un mejor lugar para todos. Esa será la mayor gratitud que puedes tener por la formación que te hemos dado.

Esta vez, las palabras del aprendiz sonaron llenas de contenido.

‒Gracias, Maestro.