Autora: Camila Battistelli
Pensaba que era un sueño, pero no, no sé cómo llegue allí ni por qué. Después de una semana de estrés aparecí así, como estatua en el patio central de la facultad. De un metro y medio de alto, de algún metal y pintada por fuera y con mi cuerpo a medio terminar, en un brazo sostenía una especie de tallador y en el otro un martillo; y con una túnica cubriéndome el cuerpo. Me quedé un rato pensando y cuestionándome ¿Porque era yo la única estatua con el cuerpo a medio terminar?
Las horas pasaban y seguía sin entender, comencé a mirar hacia mi alrededor y allí percibí que yo era la única estatua que estaba en plena formación académica. Después de recordar el resto de las estatuas que estaban en mi cercanía noté, que yo era la única que no tenía una carrera o futuro concreto, no era famoso por ninguna teoría, no había revolucionado nada, ni había hecho un descubrimiento increíble. Allí comencé a entender por qué tenía un martillo en una mano y un tallador en la otra, me tenía que terminar de formar.
A horas de la tarde empezaron a salir alumnos de las aulas de física y química, ellos no me veían, pero yo no solo que los veía, sino que los escuchaba. Escuché por horas sus quejas de la cantidad de cursado, de las clases eternas, de que la plata no les alcanzaba para nada, de que no podían trabajar y estudiar, que había finales eternos, que en algunos era casi imposible aprobar y uno que otro que amaba la hermosa carrera que estudiaba. Lo más curioso de todo esto es que eran comentarios que yo hacía cotidianamente.
Aproximadamente una hora después se sentó un grupo de hombres en unas sillas cercanas, y recordaban personas que se habían recibido de esta facultad, el esfuerzo y lo difícil de estudiar de su época, una época en la que no había libros para todos, la plata era poca, lo mucho que estudiaban, la accesibilidad era limitado y el cansancio y estrés sobraban. Escuchándolos comencé a entender que hacía de estatua, y porque estaba allí. Lo que yo tenía que entender es que todos tenemos problemas parecidos, que a todos nos cuesta esfuerzo y que ninguno de nosotros se hizo grande de un día para el otro.
Con el paso del tiempo comprendí la lección que tenía que aprender, todo se gana con esfuerzo, nadie triunfa porque si o al menos, no la mayoría. El martillo representaba el esfuerzo y las ganas y el tallador el camino a recorrer, y yo era una fiel representante de todos aquellos alumnos que nos estamos formando y que todos los días pasamos por muchas situaciones distintas.
Ya habían pasado nueve horas de mi aparición como estatua y de golpe el techo del patio comenzó a abrirse, algo raro porque con las tormentas nunca sucede esto. De pronto un rayo muy grande impacto sobre mi estatua y me liberé, de golpe volví a ser quien era, un chico de carne y hueso. Atónito por la situación me quede parado, justo al lado de donde estaba como estatua y mire al cielo, que increíblemente se despejo y un sol hermoso nos iluminó. Allí y mirando el cielo entendí que me habían transformado en estatua para entender, la lección de que nada es fácil y todo se gana con esfuerzo, y que a todos nos cuesta llegar a la meta, sea cual sea ésta.