Autor: Javier Marcelo Nuñez
Después de meses de estar en un útero de hojalata junto con mis ochocientas compañeras, un ser bípedo, de cuerpo flácido medio lampiño y de olor rancio ofició de partero y nos botó al nuevo mundo que no era otra cosa que una helada fuente de vidrio llena de arroz. Me zambullí en este mar cerealado, donde con mis compañeras nos divertimos como pocas veces en nuestras vidas, nos empujábamos, nos tirábamos con granos que rodeaban todas nuestras partes, jugábamos a la mancha. Y lo que siguió fue mejor todavía, el baño de aceite, ¡ahhhh¡ si ¡oh yeah! al recordarlo todavía me produce placer. Este líquido resbaloso nos caldeó de tal forma que terminamos en una orgía celestial, mucho más placentera de lo que describen los libros. Como para despertarnos del éxtasis, dos grandes pinzas nos llevaron de un lado a otro y esto sólo podía significar una cosa, que se acercaba el gran final, aquel que predijo el profeta, el final que sueña toda arveja, el de sucumbir en las fauces hambrientas para dar los últimos estertores ahogados por los jugos gástricos, terminando el ciclo de la vida yendo hacia la luz oscura de un colon, que si tenés suerte es irritable. Pero mi destino era otro mucho más desolador, cuando estaba sentada en el tridente que nos recogió del revoltijo pensé que había tenido una gran vida y que era el final perfecto para mí, fue en ese momento que resbalé y caí al vacío pegando en el borde del bold para luego caer del lado de afuera, y para completar mi desgracia la inercia me llevó hasta el suelo mugriento lleno de pelo de perro. Mi desconcierto fue tal que no atiné a hacer nada, sólo levanté la vista con la esperanza de que me recogiera y me lleve a su boca. Por un segundo se me infló el pecho de ilusión, él bajó la cabeza e hicimos un esperanzador contacto visual, pero su ceño se frunció de tal forma que me di cuenta que sólo le producía asco, en ese instante supe que mi vida sería una miseria. Rodé en soledad sin ninguna expectativa, mi cuerpo pringoso hizo que me convirtiera en una especie de milanesa de basura, terminé en el patio trasero, dormía en la tierra húmeda y al cabo de unos días comencé a sentir cambios en mi interior. Resultó que me convertí en planta, ¿qué maldad habré hecho en otra vida para merecer tan pesadas y aburridas cadenas?, no lo sé, yo solo quería ser despedazada por molares, ahogarme en los líquidos estomacales y que mis huesos se entierren en las tripas, como las revelaciones mandan. Que habré hecho.